El exdictador de Chad Hissène Habré abandonó la sala del tribunal
donde está siendo juzgado en Dakar (Senegal) entre aplausos y vítores de
los suyos, con las manos en alto. La estrategia de sus abogados
defensores de no reconocer la legitimidad de las Cámaras Africanas
Extraordinarias y, por tanto, de no presentarse en el juicio, ha
provocado una suspensión de 45 días para que los abogados de oficio
designados por el juez Kam se puedan empapar del proceso. Al tratarse de
un proceso penal, la ley exige que tenga representación letrada. Habré
gana tiempo, pero su victoria es efímera.
Lo que está en juego en Dakar es mucho más que el futuro de un tirano
cuyo régimen asesinó en solo ocho años a unas 40.000 personas y
encarceló y torturó a otras 200.000. Lo que está en juego en este
proceso histórico es la credibilidad de la justicia internacional y el
fin de la impunidad para los dictadores de África y del mundo, pero
también la demostración de que este continente es capaz de juzgar a sus
tiranos sin que venga ningún organismo o institución internacional a
sacarle las castañas del fuego.
Durante 25 años, chadianos corrientes como Souleymane Guengueng,
Jacqueline Moudeina, Clement Abeifouta, Ginette Garbai y tantos otros
que lograron sobrevivir en las terribles prisiones de Habré han
mantenido viva la esperanza de ver sentado ante un tribunal al máximo
responsable de todo aquello. Ha costado, acudieron a distintas
instancias e hicieron de su paciencia virtud, pero al final fue la Unión
Africana quien dio la orden. “Juzguémosle nosotros, hagámoslo en
África”.
Hissène Habré tendrá la oportunidad de defenderse si quiere, una
opción que él no concedió a quienes fallecieron o sufrieron tortura bajo
su régimen. Parece que no la quiere utilizar y es una pena, porque
sería interesante escucharle hablar del enorme apoyo que recibió de
Francia y Estados Unidos y de cómo Occidente miraba hacia otro lado
mientras él se daba un baño de sangre. Pero tanto si habla como si no,
la maquinaria de la justicia se ha puesto en marcha.