REFLEXIONES
José Luis Nvumba
Hoy me he permitido publicar y compartir con vosotros, estas reflexiones que hice hace meses y sin más pretensión que la que indica el título.

Me informan que en el estado virtual conocido como República de G.E., se había producido una remodelación del gobierno. Al parecer, entre los nominados hay personas de las calidades que resultan de un doctor en antropología y un ingeniero técnico de minas, además de alguna otra persona también cualificada. Se supone que son personas cabales, en cuanto dotadas de buena formación académica. ¿Qué puede determinar que personas de esta cualificación acepten formar parte del irracional y maligno círculo del dictador?¿ ¿Cómo explicarse que antes que las actuales ya hubo muchas otras personas bien cualificadas que aceptaron formar parte del maligno?¿ Todavía estamos pagando los estigmas de la colonización y el precedente tráfico de esclavos?.
Resulta descorazonador verificar la rapidez y el ímpeto con los que el negro-africano ha abrazado los desvalores que fueron transmitidos en la formal vigencia de los citados estigmas. Todo ello, a costa de dejar por el camino con la misma virulencia valores autóctonos como la solidaridad, la hospitalidad y la buena hermandad. Cúantas veces maldigo el día que descubrimos el materialismo, y caímos en el subsiguiente ansia de acaparamiento de riquezas materiales. Cúantas el día que descubrimos el Poder Político Absoluto, ejercido sobre el bien y el mal y, ante todo, sobre la integridad y vida ajenas. Lo que resulta aún más paradógico es verificar que aquellos que nos transmitieron estos desvalores y que siguen ejerciendo un dominio casi absoluto sobre los designios y destino planetario han configurado en sus propias sociedades unos modos de vida que no constituyen un paradigma de la felicidad, antes al contrario. Conforme han ido abrazando más y más el materialismo, hasta convertirlo prácticamente en el único objeto vivendi, dejándose en el camino cualquier valor espiritual que no pudiera convertirse en objeto del comercio y de transacciones económicas, la infelicidad se ha instalado en la vida cotidiana. Y es que tener por único objetivo la acumulación de poder y de bienes materiales, conduce indeflectiblemente al egoísmo, la carencia de empatía con el prójimo y a la ansiedad. En lugar de disfrutar y agradecer lo que se tiene, se instala como primordial preocupación el mantenimiento incondicional de lo obtenido, así como lo por obtener, ya que nunca es suficiente lo acumulado. Siempre se ven peligros y amenazas de perder lo que se ha obtenido y, también, siempre se está buscando y maquinando el modo de obtener aún más y más. Al final, se acaban instalando el egoísmo, el miedo patológico y la ansiedad como patologías y secuelas indelebles y con ellas, la incapacidad de tener los preceptivos equilibrio psicológico y paz espiritual, necesarios para el desarrollo de una vida plena, pacíficamente placentera y satisfactoria, es decir, lo necesario para poder disfrutar de una vida en que los picos de felicidad se constituyan en estados no circunstanciales, sino más habituales y hasta cotidianos. Ojalá nos vayamos apercibiendo de la trampa que encierra la apuesta de convertir la acaparación de cuantos más bienes materiales y poder político, en el objetivo de nuestras vidas para apostar por lo que constituye la verdadera fuente del equilibrio: la paz y plenitud vital, es decir, la acaparación de bienes espirituales. Y si no, verifiquen lo tragicómico que supone el hecho de que mandatarios africanos cargados de años y de enfermedades, en lugar de haber optado, a su debido tiempo, por el retiro y una vida tranquila dedicada a disfrutar de lo que tuvieran y a jugar con los nietos, se mantengan en el poder dando aspavimientos y sometidos a la terrible ansiedad que les debe suponer estar cotidianamente intrigando y combatiendo intrigas, temiendo por un atentado ante la plena seguridad de ser malqueridos, y mantenerse en el Poder con absoluto y aún más absurdo desafío a las indeflectibles leyes naturales que establecen que todos estamos llamados y destinados al fin de nuestras vidas.
José Luis Nvumba, Barcelona septiembre del 2012

Fuente: propia

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