Cuando Vladimir Putin estaba terminando su primer mandato en el cargo en 2004, buscó desarrollar canales modernos de comunicación con el mundo, especialmente con Occidente. Por eso se puso en marcha el Valdai Club, junto con su conferencia anual en la que participaría el presidente. Valdai Club se convirtió en uno de los principales lugares donde el líder de Rusia se dirigiría al resto del mundo.

Desde mediados de la década de 2000 hasta principios de la de 2010, pasaba horas en la conferencia respondiendo las preguntas de los principales expertos en Rusia, hablando sobre el desarrollo democrático único del país y su apertura al mundo.

Pero lo que escuchamos el 27 de octubre, en el evento de Valdai de este año 2022, fue una retórica radicalmente diferente.

Antes del evento, el secretario de prensa presidencial, Dmitry Peskov, prometió que la gente “leería y releería” el discurso de Putin en Valdai. Esto era probablemente lo que el presidente deseaba que sucediera, ya que se encuentra en un momento de la historia que definirá su legado y en el que ciertamente cree que no será el perdedor.

Pero no fue así como muchos vieron su discurso. La mayor parte del discurso estuvo lleno de quejas sobre Occidente, lo que llevó a algunos observadores de Rusia a descartarlo por ser otra diatriba más de un líder amargado que no está en contacto con la realidad.

Pero es importante profundizar en la retórica bastante directa y, en ocasiones vulgar, de Putin, para comprender cuál es su estrategia global. Proporcionó varios mensajes dirigidos a diferentes audiencias, tratando de impulsar una idea clave: no se trata de Ucrania, se trata de mucho más que eso.

La narrativa principal y más popular de Putin dirigida a la audiencia internacional es el "fin del período unipolar" y la "llegada de la multipolaridad". Ha estado predicando al respecto durante la mayor parte de su presidencia, retomándolo de los escritos del ex primer ministro y ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, el difunto Yevgeny Primakov.

Como era de esperar, dominó gran parte de su discurso en Valdai. Acusó a Occidente y Estados Unidos de desencadenar crisis y sembrar el caos en todo el mundo, y reiteró su convicción de que el surgimiento de otras potencias exige el respeto a sus intereses y su participación en la elaboración de las reglas de cómo se gobierna el mundo.

Su mensaje clave, dirigido a otras potencias como China e India, fue que el fin de la hegemonía estadounidense debería conducir al fin de la promoción occidental de la democracia y las instituciones de gobierno, el fin de la universalidad de los derechos humanos y el fin de lo que se conoce en general como el “orden mundial liberal”.

También debería dar espacio para que surja una arquitectura financiera no occidental, una idea con la que Rusia ha estado trabajando durante al menos una década. Eso ya está ocurriendo hasta cierto punto en forma de "desdolarización", pero claramente no al ritmo que necesita Putin para luchar contra las consecuencias negativas de las sanciones occidentales impuestas.

El presidente ruso también se dirigió al Sur Global con una versión actualizada del mensaje soviético: que Moscú respeta la soberanía y el derecho de cada nación a “seguir su propio camino”, a diferencia de las potencias coloniales occidentales que históricamente no lo han hecho. También llamó la atención sobre la continuación del dominio económico occidental y la explotación de los países en desarrollo a través de la globalización “neocolonial”.

Putin tampoco perdió la oportunidad de hablar sobre los "males" de las sociedades occidentales, aparentemente dirigiendo sus palabras a quienes se oponen a sus gobiernos en Occidente o no están de acuerdo con las normas sociales y culturales dominantes.

Específicamente, pareció jugar con los sentimientos de los conservadores occidentales, sacando a relucir la "cultura de cancelación" y presentándola como un borrado despótico de lo que las élites liberales consideran incorrecto o ya no tolerable. Habló sobre el núcleo cristiano tradicional de la civilización occidental, descartando "ideas extrañas" como "docenas de géneros y desfiles del orgullo gay". Putin enfatizó que su problema es con las "élites" occidentales, no con la gente de Occidente.

El presidente ruso incluso trató de apelar a los ambientalistas, proclamando que debido al conflicto con Rusia, Occidente está ignorando el cambio climático.

En pocas palabras, les dio a todos en el Oeste, el Este y el Sur una razón suficientemente amplia para pensar en sus propios problemas y en las crisis globales y para ver la guerra en Ucrania a través de ese prisma: no se trata de Ucrania; se trata de mucho más.

Este es el mensaje que Putin y el Kremlin están tratando de transmitir al mundo y especialmente a Occidente: el costo de apoyar a Ucrania es demasiado alto y la importancia de Ucrania es demasiado insignificante en comparación con lo que enfrenta el mundo. Se puede resolver simplemente con “diálogo en pie de igualdad”.

Moscú, por supuesto, está jugando un papel importante en avivar estas crisis: desde librar una guerra de gas contra la Unión Europea hasta socavar el acuerdo de granos de las Naciones Unidas, frenar las exportaciones de trigo ucraniano y exacerbar la escasez de alimentos en el Sur Global. El objetivo es distraer al mundo de la guerra en Ucrania, presentarlo como un pequeño problema regional, si no doméstico.

De hecho, para aquellos que no siguen de cerca la guerra en Ucrania, que no entienden el contexto y que desconfían de las noticias sobre crímenes de guerra, lo que dice Putin puede parecer bastante razonable. Pero, lamentablemente, lo que él imagina como un “diálogo” o una “solución” es, de hecho, una rendición total de Ucrania: Occidente acepta dar un paso atrás y hacer la vista gorda ante los horrores de la guerra y la ocupación rusas.

Esta es la multipolaridad que predica Putin: un orden mundial que permite a aquellos que tienen el poder hacer lo que quieren y torcer las leyes internacionales.

Y aunque Putin quiere que el mundo se olvide de Ucrania, está obsesionado con ella. Para él esto es un asunto personal; se trata de realizar una "justicia histórica" en su comprensión  de la Rusia imperial.