Nadie le habla de libertad de prensa al jefe del “Kuwait de Africa”.
Guinea Ecuatorial. Monocromática y monótona, la información que tienen los ciudadanos del país de Teodoro Obiang Nguema da muy mala imagen. El país no dispone de ninguna publicación privada, excepto en el exilio. Los pocos periodistas que trabajan en las agencias o los medios de comunicación internacionales están vigilados, advertidos o amenazados. No se critica al Presidente, ni a su familia o su clan. Por otra parte, los medios del Estado se cuidan mucho de hacerlo.
La Guinea Ecuatorial de Teodoro Obiang Nguema no tiene que rendir cuentas por el desierto de libertades que mantiene el gobierno. Nadie le habla de libertad de prensa al jefe del “Kuwait de Africa”.
Informe anual de la libertad de prensa 2006: La impunidad, un mal continental en África
”La solidaridad con Africa no es solamente comida y dinero. La solidaridad tiene que ser también la exigencia del imperio de la justicia. Cerrar los ojos ante las libertades burladas, acostumbrarse a la violencia, pasar de los asesinatos políticos, es asumirlos y aceptar decir que hay seres humanos hechos para la justicia, y otros para la opresión”.
REPORTEROS SIN FRONTERAS. PARÍS, 03|05|06
En Africa, la impunidad no es una desgraciada casualidad, es la norma. En Burkina Faso, desde la ejecución del periodista Norbert Zongo en 1998, los asesinos transcurren sus días tranquilos. La instrucción se encuentra bloqueada por la ley del silencio que rodea a la guardia presidencial y a François Compaoré, hermano del Presidente, implicado en el caso. En Gambia, los asesinos de Deyda Hydara, abatido en 2004, pueden estar tranquilos. No están dispuestos a detenerles. El presidente Yahya Jammeh está demasiado ocupado en calumniar la memoria de la víctima, así como en humillar o amenazar a los periodistas. Guy-André Kieffer, secuestrado en Costa de Marfil en abril de 2004, no ha dado señales de vida desde que cayó en la trampa que le tendió Michel Legré, hermano de la esposa del presidente Laurent Gbagbo. En libertad provisional tras permanecer año y medio detenido, Michel Legré acusa al círculo cercano al jefe del Estado. Pero, en un clima político emponzoñado, los jueces franceses encargados del caso no consiguen finalizar la instrucción. También en Mozambique, donde los asesinos de Carlos Cardoso, caído en una emboscada en 2000, fueron duramente condenados por la justicia, todavía no se ha curado del todo la herida que causó la tragedia. Aun se ignora si Nyimpine, el hijo del ex presidente Joachim Chissano, tiene, o no, algo que ver en el asunto. En la República Democrática del Congo, a Acquitté Kisembo, colaborador de la Agencia France-Presse, se le sigue dando todavía “por desaparecido”. Aunque, sin duda, fue ejecutado por alguna de esas milicias que arrasan en el Este del país. La impunidad también es política. Hay Estados que reprimen sistemáticamente a la prensa, sin tener que rendir cuentas a nadie. Desde hace más de cinco años Eritrea, cerrada y amordazada, es una cárcel a cielo abierto. La menor oposición se castiga con galeras. Ante la indiferencia general, trece periodistas fueron por decirlo de alguna manera arrojados a las mazmorras, una semana después del 11 de septiembre de 2001. Pero el peligro de otra guerra con Etiopía permite al presidente Issaías Afeworki librarse de cualquier sanción. En cuanto al presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, autócrata nacionalista que no tolera ninguna voz discordante, disfruta de la benévola protección de Thabo Mbeki, presidente de una Sudáfrica convertida en superpotencia del continente. En lugar de apoyar a las voces democráticas, el país de Nelson Mandela prefiere, en nombre de la soberanía africana, hacer de déspota tutor. En la República Democrática del Congo se produjo una oleada de asesinatos de periodistas que no llamó la atención de la ONU, ni de la Unión Europea, muy ocupada en organizar elecciones. Por su parte, en Etiopía, el Primer Ministro Meles Zenawi vio en las manifestaciones de noviembre un intento de insurrección armada, organizado por la oposición y su prensa. La respuesta fue inmediata. Los jefes de la oposición, y los directores de determinados periódicos, fueron detenidos e inculpados de cargos gravísimos, a veces extravagantes, mientras Adis Abeba se convertía en sede de la Unión Africana. En Ruanda, el gobierno y el partido de Paul Kagame usan y abusan de una legislación liberticida, y del miedo a la “sedición”, para acorralar a los periodistas demasiado independientes para su gusto. A veces utilizan los tribunales populares gacaca, creados para juzgar a algunos genocidas, para arreglar cuentas. Ningún Estado se atreve a encararse con el poder, dado que las relaciones con la comunidad internacional se encuentran todavía marcadas por la espantosa huella del genocidio de 1994. En cuanto a los “medios de comunicación del odio” de Costa de Marfil, continúan chillando libremente, en un país inmóvil y gangrenado por la guerra civil. Los periodistas moderados tienen que convivir con muchos colegas impresentables. La Guinea Ecuatorial de Teodoro Obiang Nguema no tiene que rendir cuentas por el desierto de libertades que mantiene el gobierno. Nadie le habla de libertad de prensa al jefe del “Kuwait de Africa”. En el pequeño reino de Swazilandia, del monarca absolutista Mswati III, la libertad de prensa es una quimera. Publicar la verdad es un crimen de lesa majestad, y eso es algo que no parece preocupar a nadie.
A pesar de que el país ha salido de los años de plomo de las juntas militares, los periodistas de Nigeria no tienen otra opción que sufrir en silencio los bastonazos, o las violentas incursiones de la Seguridad del Estado. No se ha hecho nada para obligar a la policía a respetar la libertad de prensa, por la que el gobierno siente una soberana indiferencia. En menor medida, los policías de Gabón o Guinea pueden, con toda tranquilidad, seguir aporreando a los periodistas en su trabajo, ya que ésas son las órdenes que reciben. En la otra parte del continente, el nuevo gobierno de Somalia intenta reconstruir una nación, sobre la base de un archipiélago de señorías, defendidas por ejércitos de parados. Pero los jefes de los clanes no dudan en atacar a los periodistas que continúan, a pesar de la anarquía, informando a la población. En el mejor de los casos, les destierran. En el peor, hacen que les abatan.
La injusticia diaria
Los periodistas africanos tienen que enfrentarse también a esa otra forma de impunidad, que es la injusticia, donde los culpables pueden verse recompensados y se castiga a los inocentes. En países como Zimbabue, República Democrática del Congo, Ruanda, Camerún, Madagascar, Uganda, Malawi, Seychelles, Zambia, Lesotho, Níger, Tachad o Sierra Leona, se consideran crímenes la difamación, o la publicación de noticias falsas. Sobre la base de una simple denuncia, y por temor a que el querellante sea una persona famosa o tenga aliados influyentes, la policía prueba un raro placer en detener a los periodistas, como si fueran carteristas. Poco importa que los procesos subsiguientes sentencien la inocencia de los acusados. De momento, ya han pasado por la cárcel, tanto si han sido 24 horas, como varias semanas. Allí donde la corrupción está generalizada, la mejor manera de evitar acabar en una celda es aplaudir a los ministros, funcionarios y empresarios.
Para que se termine con estas situaciones, Reporteros sin Fronteras no ha dejado de exhortar a los gobiernos de esos países, para que modifiquen sus leyes. Togo, Angola y la República Centroafricana, lo han hecho, y ahora se portan mejor. La prensa, que se autorregula mediante consejos representativos, ha ganado en responsabilidad, y las relaciones con los gobiernos ya no están teñidas de rencor y ánimo de venganza. Los problemas de la prensa son más bien el resultado de una herencia de violencia y odios políticos, que en ocasiones hacen de los periodistas el blanco de quienes no se acostumbran a las reglas de la democracia. Los gobiernos de Senegal, Madagascar o Níger han prometido muchas veces, con la mano en el corazón, despenalizar los delitos de prensa. Pero más tarde, cuando ya no sentían la necesidad de enviar a la policía a castigar a los periodistas que franqueaban las “líneas rojas”.
Unos pocos espacios de libertad
Algunos gobiernos prefieren dejar que se mantenga el statu quo, con la cómoda excusa de que tienen que enfrentarse a situaciones en que puede saltar fácilmente la chispa de la violencia. No comprende que es precisamente la injusticia la que crea el peligro. A pesar de episodios de violencia o intimidación, otros, como los de Benín, Malí, Burkina Faso, Namibia, Sudáfrica, Botswana, Tanzania, Burundi, Gana, Liberia, Comores o el Congo-Brazza, garantizan una libertad de prensa satisfactoria. En los asuntos llevados ante la justicia, se aplican las leyes con prudencia y una relativa equidad. Por eso, los delitos de prensa no alcanzan el eco internacional que provoca el encarcelamiento de un periodista que, admirable o mediocre, se convierte automáticamente en un mártir. Las condenas de cárcel para los delitos de prensa son desproporcionadas y contraproducentes.
Algunos gobiernos africanos parecen haberlo entendido. La revolución de palacio del 3 de agosto, en Mauritania, llevó al poder a un equipo que ha declarado que quiere hacer del “dominio privado” del presidente derrocado, Maaouiya Ould Taya, una democracia. Una tarea enorme, que incluye la reforma de la justicia y de la ley, en la que Reporteros sin Fronteras participa activamente, junto a los periodistas de un país que estuvo entre los más represores del continente. La situación en Tchad, después de un año sombrío para la prensa, se ha abierto. Tras una misión en el lugar, mientras había cuatro periodistas en la cárcel, Reporteros sin Fronteras propuso una modificación de la ley, y se pusieron en marcha unas negociaciones entre el sindicato de periodistas y el gobierno, en un contexto político que sin embargo sigue siendo extremadamente peligroso. En Sudán, donde todavía hablan las armas, la formación de un gobierno de unidad nacional ha permitido, al presidente Omar el-Bechir, adoptar una medida histórica : la derogación de las leyes de excepción y el levantamiento de la censura. La presión consigue resultados.
Pero esos avances son raros, y precarios. La solidaridad con Africa no es solamente comida y dinero. La solidaridad tiene que ser también la exigencia del imperio de la justicia. Cerrar los ojos ante las libertades burladas, acostumbrarse a la violencia, pasar de los asesinatos políticos, es asumirlos y aceptar decir que hay seres humanos hechos para la justicia, y otros para la opresión. En Gambia, un amigo de Deyda Hydara le dijo a un representante de Reporteros sin Fronteras : “Si nos olvidáis, harán de nosotros lo que quieran”.
Fuente: REPORTEROS SIN FRONTERAS