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Editorial

LOS SAQUEADORES AFRICANOS


publicado por: Celestino Okenve el 30/06/2006 18:11:46 CET


LOS SAQUEADORES AFRICANOS
(African Pillagers)

Douglas Farra
Washington Post
Domingo, 23 de abril de 2006; B01

En el África sub-sahariana, tradicionalmente los déspotas depredadores con las manos manchadas de sangre mueren en su cargo o se retiran a un exilio de lujo. Normalmente no terminan viéndose esposados con destino a un juicio por crímenes contra la humanidad, como le ha pasado al anterior presidente de Liberia Charles Taylor después de ser capturado en su huida en la frontera entre Nigeria y Camerún hace un mes.

Siendo alentador el arresto de Taylor –ha sido acusado de fomentar guerras en las que se utilizaban niños drogados como soldados y carne de cañón, la amputación de extremidades y el uso sistemático de violaciones- también pone de relieve las numerosas tragedias que a nivel de gobierno todavía asolan el continente hoy. Taylor puede haberse ido, pero todavía quedan muchos más Taylors.

Efectivamente, muchos líderes africanos se han resistido a que Taylor sea juzgado porque gran parte del continente todavía está gobernada por megalómanos ‘Big Men’, que deberían rendir cuentas por la destrucción sistemática de sus países. Entre los peores se encuentran Teodoro Obiang Nguema de Guinea Ecuatorial, que ha saqueado su país desde 1979; Omar Bongo, que ha gobernado Gabón desde que Lindon Jonson era presidente; la cleptocracia de Robert Mugabe en Zimbabwe; y la precaria dictadura de Idriss Deby en Chad.

Pero cuando la administración Bush habla de extender la democracia en el mundo, estos pequeños y crueles tiranos, que hacen parecer tolerante a Saddam Hussein, no son condenados. Hace sólo unos días la Secretaria de Estado Condoleezza Rice llamó a Obiang un ‘buen amigo’ mientras se fotografiaba sonriente a su lado durante la visita que hizo Obiang a su despacho. Éste es el mismo Obiang cuyo régimen es denunciado rutinariamente por su propio departamento a causa de su macabra brutalidad.

Existen razones históricas por las que este trágico estilo de gobierno ha prosperado. Entre ellas, tanto el legado colonial como la guerra fría vieron imperativo apoyar a cualquiera que fuese enemigo de tu enemigo. En el África Sub-Sahariana, estos dictadores eran aliados de EE.UU. contra los regímenes apoyados por la Unión Soviética y Libia. Pero, para la mayoría de países, la independencia llegó hace más de 50 años y la guerra fría hace tiempo que terminó. Estos regímenes sobreviven hoy a causa de su crueldad, la indiferencia internacional, su control de los recursos fundamentales o la combinación de estos factores.

El arresto de Taylor para ser juzgado ante un Tribunal Especial de la O.N.U. para Sierra Leona muestra que unas pequeñas dosis de atención internacional y presión sostenida pueden ayudar a poner fin a esta impunidad tradicional. Pero esto es sólo un primer paso para hacer responsables a aquellos que han causado sufrimiento a millones.

Uno de los más ricos y más represores de este grupo es Obiang, que desde 1979 dirige la única nación de habla española en África. En 2004, el Riggs Bank admitió responsabilidad criminal por aceptar de manera ilegal los dineros de Obiang. A finales de los noventa, según un informe del 2004 del subcomité del senado para investigaciones, Obiang y sus amigotes tenía al menos 700 millones de dólares en el Riggs, lo que convertía a Guinea a Ecuatorial en el mayor depositario del banco. Eso ocurría al mismo tiempo que los habitantes de su país se encontraban prácticamente en el fondo de casi todos los indicadores de salud, de alfabetización y de esperanza de vida.

Obiang se hizo con en poder tras asesinar a su predecesor y tío, Francisco Macías Nguema. Obiang era el jefe de la guardia de Macías y dirigía la notoria prisión de Black Beach, donde según se cuenta Macías solía aparecer para ejecutar prisioneros machacándoles la cabeza con bloques de cemento. Ahora Obiang dirige su propio estado policial, rodeado de guardaespaldas marroquíes porque no confía en nadie, ni siquiera en su familia.

Sobrevive en parte gracias a que su pequeño país extrae 350.000 barriles de petróleo diarios y tiene unas reservas de 1,2 billones de barriles, además de 1,3 trillones de pies cúbicos de gas natural. Como resultado de esto, las compañías petrolíferas y los gobiernos están dispuestos a apoyar a un régimen que hace tiempo silenció a la prensa, llevado a casi un tercio de sus 540.000 habitantes al exilio y aplastando cualquier muestra de oposición.

En los últimos meses Obiang ha estado haciendo propuestas, mediante el ofrecimiento de acuerdos petrolíferos, a uno de los líderes con una de las historias de fracaso más llamativas de Africa -Rober Mugabe de Zimbabwe. En los últimos años, Mugabe, que subió al poder en 1980 como un héroe nacional, ha estrangulado gradualmente la vida política y económica de su país. Ahora controla lo más cercano que existe en la región al Disneylandia para terroristas y grupos criminales transnacionales que Taylor creó en Liberia.

Bajo el despótico régimen de Mugabe, Zimbabwe, hasta hace poco un exportador neto de alimentos con una economía vital e instalaciones sanitarias y educativas funcionales, se tambalea al borde de la hambruna. Esta nación tiene uno de los índices de infección por VIH/SIDA más altos del mundo.

Mientras tanto, Mugabe y su círculo cercano han amasado millones de dólares fuera del país, muchos de ellos adquiridos alquilando las fuerzas armadas del país para luchar en la vecina República Democrática del Congo.

Omar Bongo, otro vecino y amigo de Obiang, ha gobernado Gabón con mano de hierro desde 1967, cuando Lyndon B. Jonson intentaba decidir como salir de Vietnam. Ha nombrado a su hijo ministro de defensa para asegurar la lealtad de las fuerzas armadas y no permite ningún descontento. Preocupado por su imagen internacional, en 2003 estuvo en contacto con el ahora caído en desgracia Jack Abramoff, uno de los agentes de presión de Washington. Abramoff pidio 9 millones de dólares para ayudar a Bongo a acercarse a la administración Bush, según documentos que más tarde hizo públicos el Congreso. No está claro si el trato se consumó, pero el 26 de mayo de 2004, Bongo se entrevistó con el Presidente Bush.

Un poco más al norte se encuentra el por largo tiempo socio de Taylor en el negocio de fomentar guerras en el oeste de África, el líder de Burkina Faso Blaise Compaore. Compaore y Taylor ayudaron a liderar en 1987 un golpe que derrocó a su antiguo mejor amigo, Thomas Sankara, que fue asesinado. Cuando Taylor lanzó su revolución en Liberia, Compaore le prestó tropas y material. Según informes de las O.N.U. e investigaciones de grupos de derechos humanos, en las guerras de África del oeste, Compaore proporcionó entrenamiento a las tropas de Taylor y al Frente Unido Revolucionario además de certificados para la compra de cientos de armas y munición, facilidades bancarias y refugio. A cambio, él recibió diamantes y la promesa de que no tendría ningún problema.

Al este se encuentra Idriss Deby, que ha gobernado Chad desde 1990. Cuando se descubrió petróleo, él accedió a una serie de condiciones estrictas acerca de cómo la nueva riqueza debería gastarse en salud y educación, a cambio de que el Banco Mundial financiase la construcción del oleoducto que permitía conectar este país sin salida al mar, con el Golfo de Guinea. Su primera compra con los ingresos del petróleo fueron armas por un valor de 4,5 millones de dólares para su aparato de seguridad.

Deby subió al poder tras derrocar a otro notorio dictador, Hissene Habre, que dejó detrás fosas comunes que rivalizan con las de Irak y Bosnia y sistemas de tortura, incluidas mutilaciones grotescas de prisioneros vivos, que llaman la atención incluso entre las de sus pares. Habre, que recibió cientos de millones de dólares en ayuda militar norteamericana durante sus ocho años en el poder, ahora se encuentra en su lujoso exilio en Senegal bajo la protección de otro Big Men que se ha opuesto a ejercer ninguna presión para que fuese juzgado por sus crímenes.

Taylor cayó donde otros no lo han hecho porque se enzarzó en un enfrentamiento con la comunidad internacional. Aún así, ha llevado años traerle ante la justicia, ya que se benefició de la indiferencia de líderes mundiales obsesionados por otras amenazas.

Ya en el año 2000, Taylor ganó notoriedad fuera de África del Oeste al ayudar a orquestar el secuestro de unos 500 soldados pacificadores de la O.N.U. en la vecina Sierra Leona. También estableció lazos con al-Qaeda mediante la venta de diamantes. La publicidad de sus atrocidades y sus vínculos terroristas obligaron finalmente a Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países a aislarle.

Al final, fue la labor sin pausa del Tribunal Especial del la O.N.U. para Sierra Leona, la que el 3 de marzo de 2003 acusó a Taylor de 17 cargos por crímenes contra la humanidad, lo que le convirtió en un paria internacional. Los esfuerzos del tribunal recibieron poca atención de la Casa Blanca. Finalmente, sin embargo, el republicano por California Ed Royce lideró una coalición del Congreso que amenazó con cortar la ayuda a aquellas naciones que no cooperasen en la extradición de Taylor para que fuese juzgado. Un grupo de dedicados funcionarios de diferentes ramas de la administración fue capaz de convertir el juicio de Taylor en una de los objetivos de la Casa Blanca. En esta labor recibieron la ayuda de toda una serie de organizaciones humanitarias que hicieron campaña incansablemente para que Taylor fuese juzgado.

Ya que los otros dictadores raramente han buscado el enfrentamiento abierto con la comunidad internacional o que se les haya cogido ayudando a terroristas, no ha existido ningún esfuerzo semejante para que se les lleve ante la justicia. Las agencias de prensa han reducido su atención sobre África –tanto The Washington Post y el New York Times, por ejemplo, han cerrado sus corresponsalías en África del oeste- lo que significa que las historias de estos líderes raramente aparecen en las noticias.

A pesar del sufrimiento que inflingen y la amenaza al progreso que representan, estos déspotas no son ampliamente considerados como amenaza fuera de África. La adopción de la administración Bush del imperativo moral para extender la democracia en el mundo no incluye a estos líderes.

El caso de Taylor demuestra que aquellas ideas sobre lo que generalmente se considera una amenaza verdadera para los Estados Unidos son erróneas. Su apoyo a los terrorista de al-Qaeda y Hezbollah y su actuación al llevar a la región al borde del caos, fomentando numerosas intervenciones humanitarias, muestran lo peligroso que son este tipo de líderes. La pregunta es si al mundo le importa lo suficiente ayudar a poner fin a este sufrimiento.

*Douglas Farah es antiguo corresponsal jefe en África del oeste para The Washington Post y autor de “Blood From Stones: The Secret Financial Network of Terror” (Sangre de las piedras: La red financiera secreta del terror).

Traducción: Enrique Zang Okenve
Foro Solidario por Guinea Ecuatorial


Fuente: Washington Post 23 abril 2006

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