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Relato viajero: desde Santa Isabel, Malabo, a Moka. Guinea Ecuatorial, (V). publicado por: Association de la Presse Equatoriale Guinea el 27/01/2008 5:26:35 CET
CULTURA -25/01/2008 - Actualizada a las 17:17 Relato viajero: desde Santa Isabel, Malabo, a Moka. Guinea Ecuatorial, (V).
En la altiplanicie, al sur de esta isla, entonces llamada de Fernando Poo y actualmente Bioko, en honor del rey bubi que era uno de los hijos del principal patriarca que fue el rey Moka, durante los años 1875 a 1899. Esta zona de la isla fue la cuna y establecimiento de este rey y de ahí el nombre de la misma que forma una extensísima pradera, que podríamos llamar la sabana de la isla, a un altitud de más de 2000 m. sobre el nivel del mar que hace se forme un microclima subtropical de temperatura suave y agradablemente, muy parecido a la primavera en Europa, a diferencia del recio clima ecuatorial del resto de la isla y de la región continental. Esto hace que la misma constituya un verdadero y variado vergel de producción agrícola, y donde puede pastar, a diferencia de otras latitudes de este país, una variada ganadería y hábitat de una variopinta avifauna.
Como hemos dicho el nombre de esta aldea de Moka se debe al de un rey bubi, que junto con otro poblado bellísimo y misterioso, como es el llamado Ureka, ambos alejados entre sí a mas de cinco horas de senderismo, son los dos poblados bubis mas típicos de la isla de Bioko y de mayor valor étnico.
En su naturaleza, una extensa campiña, infinidad de casas unifamiliares diseminadas, de estilo arquitectónico colonial, todas de mampostería, aunque en estado de abandono, y que en tiempos coloniales debió ser lugar de residencia de los potentados colonialistas. Así mismo, el edificio de la misión católica de dos plantas, amplio, así como el de la enfermería del poblado. Hay que tener en cuenta que nuestra estancia en este país fue posterior a la época colonial.
En medio de este paisaje, contrasta con numerosísimas viviendas agrupadas de los nativos, son casas amplias de techos a dos aguas de nipa y tabiques de igual vegetal, y enlazadas por amplios caminos de tierra, que forman un entorno donde conviven costumbres y culturas africana y occidental. Suelen estar estas casas típicas africanas agrupadas por familias, teniendo en medio de las mismas una plaza donde está la llamada casa de la palabra que es el lugar de reunión toda la comunidad para discutir y, si es posible, resolver todos los problemas que se susciten en la misma. Es un espacio construido, solamente techado con planchas, sujeto con columnas y abierto por todos los lados, con bancos de madera bordeando el centro del habitáculo que lo forma una amplia mesa o plataforma, casi circular o también rectangular donde se sienta la comunidad a apalabrar durante horas, el espacio de tiempo no importa.
La temperatura fresca, a veces casi frío impide la proliferación de insectos altamente dañinos, tanto para la salud de los humanos como también para los animales productores de leche y carnes, cuales son, la mosca setse y el mosquito anofeles, propagadores de enfermedades letalmente peligrosas como la enfermedad del sueño, y la malaria respectivamente. De esta forma, grandes praderas donde el ganado vacuno y caprino pastaba a sus anchas y que constituía un paisaje diferencial agrícola, que surtían a algunas factorías de la capital Malabo, de productos hortícola, patatas, tomates, pimientos, lechuga, etc., imposible de encontrar por otros medios, y que tampoco se podía producir en otro lugar de la isla. Para poderlas comprar había que hacer grandes colas para su adquisición ya que se agotaban enseguida al llegar a la ciudad. Una de las factorías que las vendían era la denominada “la Campana”, propiedad de un español, así como en otras tiendas vecinas y especialmente la de un supermercado, propiedad también de un catalán llamado Vila y Morante, instalado en un edificio colonial con porticales amplios, situado en la calle principal de Santa Isabel, llamada, entonces, Avda. de Francisco Macía Nguema. Hoy lógicamente tiene otra nominación.
La serenidad de esta inmensa pradera contrasta con la vegetación exuberante y salvaje del resto de la isla. El silencio y la tranquilidad que se respira aquí produce en el visitante una impresión reconfortante.
Por lo bello del lugar, y a pesar de estar a casi 100 Km., de la capital, era zona de excursiones de grupos de personas, especialmente los fines de semana. Se puede decir que ningún extranjero que hubiera estado en la isla un tiempo determinado, habría dejado de visitarlo, atraídos por su reconocida fama.
Pero antes de llegar a tal paradisíaco lugar, había que pasar toda una odisea en casi los cien kilómetros que lo separa de Malabo. Una carretera de deficiente conservación llena de baches, que atravesaba grandes extensiones de bosques, de indescriptible belleza por lo variado del exuberante paisaje. La dificultad de la carretera hace que el tiempo que se tarde en recorrer la ruta, sea más extenso del normal, casi cuatro horas, agudizado por las diferentes paradas obligadas que hay que hacer en los controles policiales existentes en dicho trayecto.
Ya previamente, había que solicitar un permiso en la dirección general de seguridad para poder acceder a este lugar, teniendo que identificarse tanto el solicitante como los acompañantes. Este trámite en general no tardaba mucho tiempo en concederlo, y había que llevarlo consigo para mostrarlo en cada uno de los controles policiales que habían establecidos en el recorrido.
La excursión en sí constituye toda una aventura, al tener que sobrellevar las preguntas que los defensores del orden nos hacían y que intentábamos sortear lo mejor posible. Hay que hacer notar que entonces la vigilancia en el país era muy férrea y hasta un simple aparato de radio, y que en aquella excursión portábamos, nos podría acarrear problemas, pero afortunadamente no fue así, y después de algunas vicisitudes llegamos casi al mediodía a nuestro punto de destino.
Una fresca brisa inusual en estas latitudes tropicales, envuelta en un mar de brumas, nos recibe, y momentáneamente nos traslada a otras regiones.
La impresión, ya favorable que tenemos del lugar se acrecienta al contemplarlo in situ.
Animales vacunos y caprinos pastando en parcelas algo abandonadas pero que nos vislumbra el vergel que tuvo que ser no hace mucho tiempo, aunque la naturaleza se muestra en toda su plenitud en lo que al estado virgen del lugar se refiere. Una grata impresión nos produce la hospitalidad y amabilidad de sus gentes.
Este lugar se dice que es la cuna mística y espiritual de la étnica de los bubis.
Lugares como los manantiales de Mioco y Balachá o el famoso e impresionante lago de Moca formado en un cráter volcánico, o la sorprendente cascada del venerado río Ilachi, son dignos de contemplar. Hay que ver todo este variado escenario natural para poder hacerse la idea de lo grandioso y misterio que impone su sola visión. Por algo es considerado como uno de los paisajes más bonitos de África
Pero hay un lugar especial al que nos acercamos por lo que de leyenda tiene y es la cueva del Morimó que era el nombre de rey del antiguo reino de Malabo. Este es un lugar de misterio, de leyendas y tradiciones de los bubis en el que se respira una paz necesaria y añorada en estas tierras, y casi prohibido profanarlo con la sola presencia de los foráneos.
Llegada el caer de la tarde, y con gran pena nos disponíamos a dejar este paradisíaco lugar. Pero cuando intentamos poner en marcha el coche, éste no arranca. Una inoportuna avería, por otra parte muy corriente aquí ya que los talleres de mantenimiento y piezas de repuestos no estaban bien aprovisionados, por lo que a veces había que esperar varias semanas para que nos trajeran algunas piezas mecánicas necesarias desde afuera.
Lo cierto es que ya nos veíamos pernoctando en este lugar, que por otra parte hasta lo deseábamos, porque tenía que ser impresionante la contemplación de la noche con su visión de la bóveda celeste parpadeante y brillante, que en estas latitudes casi está al alcance de nuestra mano, en la oscuridad más absoluta de aquel extenso poblado, y el silencio del bosque lejano, en aquellas inmensas praderas. Ya los nativos al ver nuestra circunstancia nos habían ofrecido los mejores aposentos de sus casas de país para quedarnos. Otra muestra más de la hospitalidad de estas gentes y que les agradecimos de una manera franca.
Pero he aquí que casualmente viene otro coche que se tenía que trasladar a Malabo aquella tarde-noche, ya que tenía que amanecer en la capital para hacer un viaje de encargo.
Nos invitó a subir a su coche, por lo que a pesar de la tentación que de pronto se nos había despertado de pasar una noche en la sierra de Moca, también era cierto que a la mañana siguiente era lunes y había que trabajar y emprendimos el regreso, con el sol ya en el ocaso.
El viaje de regreso fue más sosegado, sin interrupción alguna. Y tuvimos tiempo para seguir contemplando el paisaje exuberante y variado. Observamos la famosa isla de los loros frente a la ciudad de San Carlos. Esta ciudad, la segunda en importancia de la isla, situada casi en el suroeste de la misma. Aunque hay diferentes versiones de su fundación, quizás la que más se acerca a la realidad es que fue fundada por el brigadier conde de Argelejos el año 1778, bajo el reinado de Carlos III, por lo que en su honor la bautizó con este nombre, y no la otra versión que dice que fuera fundada por los ingleses al mismos tiempo que fundaron la capital de la isla a la que les pusieron el nombre Port Clarence, durante estancia posesión de la misma, entre los año 1827 a 1840, en que se izó definitivamente el pabellón español en el año 1843 por un tal Juan José Lerena. Esta ciudad, San Carlos, entonces, hoy rebautizada con el nombre étnico de Luba, poseía una hermosa bahía y un coqueto puerto cuyas aguas quedaban opacas por los inmensos bancos de peces que pululaban en sus aguas casi a nuestro alcance, todo un espectáculo su contemplación, y hablar del paisaje sería reiterarnos en demasía. Hoy, con la importante explotación petrolífera de la isla, se ha convertido en puerto logístico, que nada tiene que ver con la descripción anterior.
Al final, y después de pasar por diferentes poblados, como Basacato del Oeste, entre otros, y ver a lo lejos el pico de Basilé de una altitud de algo más de 3000 metros, llegamos a la capital Malabo ya con la noche cerrada. Pero ya sabíamos que en este país “Radio Macuto” funcionaba perfectamente, y nos preguntamos que ¿Cómo fue posible que sin teléfono, ni otro medio de comunicación, cuando llegamos a la capital, ya el gerente de la empresa estaba preocupado porque se había enterado, a casi 100 Km., de distancia que se había averiado nuestro coche . Y es que esta fabulosa emisora de radio se “escuchaba”, en todas las imaginaciones, por otra parte siempre predispuesta a auscultar rumores que constantemente deambulan por todo el país. Recordamos que era el año 1971, dada la situación de incertidumbre en que se vivía a diario debido a la inestabilidad reinante entonces.
Fuente: TELDEACTUALIDAD.COM
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