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Colonialismo, genocidio, etnocidio. publicado por: Carlos Jorge Ruiz el 03/07/2008 6:39:43 CET
La continuación lógica de la legitimación de la esclavitud es el colonialismo, la exportación de la religión a los confines del mundo y, para lograrlo, el uso de la fuerza y de la violencia física, mental, espiritual, psíquica y, por supuesto, armada. El cristianismo y luego el islam exportaron la servidumbre y la expandieron por todos los continentes. En cuanto al pueblo judío, éste decidió establecer su dominio sólo en un territorio, su territorio, sin ninguna otra aspiración. El sionismo no es un tipo de expansionismo ni de internacionalismo, todo lo contrario: el sueño realizado de Theodor Herzl implicaba un nacionalismo y un movimiento centrífugo, además del deseo de una sociedad encerrada en sí misma, pero no el deseo de un imperio que abarcara la totalidad del planeta, como es el deseo del cristianismo y del islam. La Iglesia católica, apostólica y romana se destaca en la destrucción de civilizaciones. Inventó el etnocidio. El año 1492 no sólo marca el descubrimiento del Nuevo Mundo, sino también la aniquilación de otros mundos. La Europa cristiana devastó un número considerable de culturas indoamericanas. El soldado desembarcó de las naves acompañado de lo más vil y despreciable de la sociedad, que venía en las carabelas: delincuentes, granujas, bribones y mercenarios. Detrás llegaron, a buena distancia, una vez realizadas las limpiezas étnicas que siguieron a los desembarcos, los curas con procesiones, crucifijos, copones, hostias y altares portátiles, muy útiles para predicar el amor al prójimo, el perdón de los pecados, la bondad de las virtudes evangélicas y otras jocosidades bíblicas: el pecado original, el odio a las mujeres, al cuerpo y a la sexualidad, y la culpa. Entretanto, la cristiandad ofrecía como regalo de bienvenida: la sífilis y otras enfermedades contagiadas a los pueblos considerados salvajes. La camaradería de la Iglesia y el nazismo apuntaba también al extermino de un pueblo transformado, por las necesidades de la causa, en pueblo deicida. Seis millones de muertos, a lo cual hay que agregar la complicidad en la deportación y el asesinato de gitanos, homosexuales, comunistas, francmasones, izquierdistas, laicos, Testigos de Jehová, miembros de la resistencia antifascista, opositores al nacionalsocialismo, y otras personas culpables de no ser cristianas... El tropismo de los cristianos hacia los exterminios en masa es antiguo y aún continúa. Así, no hace mucho, el genocidio de tutsis en manos de los hutus de Ruanda, sostenido, defendido y apañado por la institución católica en el lugar, y por el mismo soberano pontífice, mucho más expeditivo en manifestarse a favor de los criminales de guerra genocidas, curas, religiosos o personas involucradas con la comunidad católica para que escaparan de los pelotones de fusilamiento, que en expresar una sola palabra de compasión hacia la comunidad tutsi. Porque en Ruanda, país mayoritariamente cristiano, la Iglesia ya había practicado antes del genocidio, la discriminación racial con respecto al ingreso en el seminario, la formación, la dirección de las escuelas católica y la ordenación o los ascensos en la jerarquía eclesiástica. Durante el genocidio, algunos miembros del clero participaron activamente, por medio de la compra y despacho de machetes por miembros de la institución católica, localización de las víctimas y participación activa en actos de barbarie —encierro forzado en una iglesia, a la que incendiaron y luego arrasaron con bulldozers, para borrar las huellas—, denuncias, movilizaciones durante las prédicas, arengas raciales... Después de las masacres, la Iglesia católica persistió en su política: uso de conventos para ocultar de la justicia a algunos culpables, activación de redes para facilitarles la salida hacia países europeos a varios criminales, suministro de pasajes de avión a Europa gracias a la asociación humanitaria cristiana —Caritas internacional, caridad bien entendida, etc.—, reubicación de sacerdotes culpables en los curatos de provincias belgas o francesas, encubrimiento de obispos implicados, recurso a posiciones negacionistas: se negaron a utilizar el término ”genocida” y optaron por hablar de ”guerra fratricida”, etcétera. Silencioso durante los preparativos, silencioso durante las masacres —cerca de un millón de muertos en tres meses (entre abril y junio de 1994)...—, silencioso después del descubrimiento de la magnitud del desastre —llevado a cabo con la bendición de Francois Mitterrand—, Juan Pablo II salió de su mutismo para escribirle una carta al presidente de la República de Ruanda el 23 de abril de 1998. ¿Su contenido? ¿Lamenta los hechos? ¿Se compadece? ¿Lo siente? ¿Culpa a su clero? ¿Se desolidariza? No, en absoluto: pide que no se aplique la pena de muerte a los genocidas hutus. No hubo ni una sola mención de las víctimas. Michel Onfray
Fuente: Michel Onfray ”Tratado de ateismo”
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