PREOCUPACIONES
Por Donato Ndongo-Biyogo
Hace ya dos años que falleció monseñor Alfredo Oburu, obispo de Ebebiyín, Guinea Ecuatorial. Apenas pudo ejercer su misión pastoral: poco después de ser consagrado en 2004, enfermó de gravedad y pasó mucho tiempo en Roma, bajo tratamiento médico. Murió a la semana de regresar a su sede.
Monseñor Oburu, claretiano, sustituía a su hermano de congregación Juan Matogo, trasladado a la diócesis de Bata tras la jubilación de Anacleto Sima. No fue fácil cubrir la vacante; el Vaticano tuvo que recurrir a un sacerdote que, aunque guineano, había desarrollado casi toda su labor fuera del país, en otros lugares de África. Si entonces fue larga la espera, ahora reviste carácter preocupante, por su prolongación inusual.
Por ello, los cristianos guineanos están más que inquietos, y la polémica, si bien en sordina, se esparce por la opinión pública. Ya no es una cuestión que sólo atañe a los estamentos de la Iglesia patria, sino a toda nuestra sociedad, y merece una seria y desapasionada reflexión.
Las autoridades políticas, junto a la mayor parte del clero nativo, no verían con buenos ojos a un obispo extranjero en Guinea. Y surge la dificultad cuando se barajan los candidatos posibles. Se sabe que algunos serían vetados por el Gobierno, por ser curas contestatarios forzados al exilio; pero resulta arduo encontrar un sacerdote dentro del país que reúna las necesarias cualidades de idoneidad. El clero guineano sufrió particularmente los embates de la tiranía de Francisco Macías, el primer presidente de Guinea Ecuatorial tras su independencia de España en 1968, y durante aquel decenio ominoso fue una luz que brillaba al final del túnel. Se cerraron iglesias y seminarios, y la dictadura impidió toda actividad religiosa, sobre todo a los misioneros claretianos, evangelizadores de nuestros territorios durante la colonización. Aquella fue una Iglesia mártir, como reconoció el Papa Juan Pablo II durante su visita en 1982, que tuvo como referente al por entonces único prelado nativo, el recordado Rafael María Nze Abuy, peregrino por el mundo durante su largo período de expatriación.
A penas quedan representantes de generación tan esforzada, cuyos símbolos son, sin duda, monseñor Ildefonso Obama, actual arzobispo de Malabo, y el emérito Anacleto Sima, retirado en Madrid cuando preferiría vivir su vejez con los suyos. Causa profunda tristeza decirlo, pero lo que predomina en nuestros presbíteros no es el esfuerzo por ser luz y guía del pueblo cristiano, sino la ambición y el escándalo, igual que en la sociedad civil.
Guinea es un país poco poblado, donde nada pasa desapercibido, en el cual los sacerdotes están en el escaparate, sin que puedan evitarlo. Y todos conocemos a ministros consagrados que son más padres de familia que padres espirituales, que viven claramente amancebados, que recurren a las prácticas esotéricas tradicionales para alcanzar favores y prebendas, son tribalistas o están al servicio del poder constituido en detrimento de su misión doctrinal. Sin mencionar las estériles y sempiternas luchas intestinas entre religiosos y seculares. Acciones muy poco edificantes para el común de los fieles.
Así, es complicado encontrar un pastor para la diócesis de Ebebiyin. Y si ahora es tan difícil, pudiera serlo todavía más cuando llegue a la edad de jubilación el arzobispo Obama, ya muy mayor y bastante cansado, cuyo cuerpo enjuto arrostra penalidades que tienen su origen en los sufrimientos padecidos bajo el régimen de Macías. ¿Qué pasará entonces? No somos pesimistas; sólo constatamos que, de seguir así, Guinea Ecuatorial puede quedarse sin obispos. Está demostrado: si las cosas van mal y no se hace por mejorarlas, lo lógico es que tiendan a emperorar.
Fuente: MUNDO NEGRO: Revista Misional Africana N. 532. sep